El efecto mariposa, esa posibilidad estadísticamente remota pero no imposible de que el aleteo de una mariposa pudiera desencadenar una fuerte tormenta a cientos de kilómetros de distancia.
Apuntaba esa teoría al hecho de que, desde la física, todos los elementos de un sistema se influencian y se condicionan mutuamente.
La ciencia moderna nos ha ido acercando además al hecho de que en este planeta que compartimos con infinidad de especies vegetales y animales, marinas y terrestres, todos estamos conectados de algún modo, hasta el punto de que las acciones de unos tienen consecuencias para los demás, buenas y malas. Ya nadie duda del efecto que está teniendo el calentamiento global en los patrones climáticos de todo el globo, ni del hecho de que la tala masiva de árboles en un bosque remoto situado a miles de kilómetros de mi hogar pueda tener relación con una sequía sufrida en mi país.
Sin embargo, como personas, seguimos alimentando la ilusión de que las naciones y su devenir histórico son independientes unas de las otras. Las sociedades se han ido agrupando cada vez más entre ellas por afinidades históricas, culturales o geográficas, marcando los límites de cada uno de estos colectivos desde la idea de que, del otro lado de la frontera, existe otra sociedad que vive y se desarrolla independientemente de la mía.
Hablemos de la Unión Europea, del Oriente Medio, del Sudeste Asiático, Centroamérica o del África Subsahariana, nos referimos en muchas ocasiones a estas sociedades como si tuvieran una vida autónoma y un destino independiente, desde su particularidad, sus recursos humanos y naturales y su historia. Pero los dramas humanos que presenciamos a diario en las fronteras de estos mundos, tanto en las vallas de Melilla como en las costas de Australia o en la frontera sur de los EEUU, nos recuerdan que en nuestro mundo del siglo XXI no se puede seguir alimentando la fantasía de que cada cual pueda seguir su vida independientemente de los demás.
Así como hemos asumido la necesidad de una ecología global, necesitamos hoy más que nunca hacer parte de nuestra cultura la convicción de que el nuestro es un mundo interdependiente, en el que nuestras sociedades están interconectadas y su desarrollo las beneficia mutuamente, mientras que su pobreza es una amenaza para todos.
Desde Nuevos Caminos apostamos por acercar mundos aparentemente separados con la convicción de que en esta apuesta por la solidaridad global salimos todos ganando: no se trata ya de poner en contacto benefactores con beneficiados, sino de ayudarnos mutuamente a construir un mundo en el que cabemos todos con la misma dignidad.