Compartimos esperanza, así se refleja en un artículo de nuestra revista donde se explican los horizontes de Nuevos Caminos.
Uno de los horizontes o metas últimas de Nuevos Caminos es compartir esperanza, y así lo reflejamos en la frase que acompaña nuestro logo desde hace algún tiempo: ya sea aquí en España, entre nuestros colaboradores y amigos, o en los países donde promovemos iniciativas para mejorar las condiciones de vida de aquellos que han tenido la mala fortuna de nacer en las periferias de la globalización.
Quisiéramos ser, aquí y allá, en estos contextos diversos, verdaderos “repartidores” de esperanza: porque estamos convencidos de que una actitud esperanzada ante la vida y ante las adversidades puede ser decisiva para vencer obstáculos y superar todo tipo de conflictos.
Ahora bien, ¿de qué clase de esperanza estamos hablando? ¿Cómo es y en qué se fundamenta la esperanza que queremos compartir? Se trata de un término tan genérico y tan repetido que nos parece importante acotar y especificar cómo lo entendemos nosotros.
Veamos por tanto, ni que sea brevemente, algunos rasgos de la esperanza que, desde Nuevos Caminos, queremos promover.
Esperanza razonable
La única esperanza por la que vale la pena dejarse guiar es razonable. Sabe que, en este mundo, no podemos esperar imposibles. No se trata de poner límites a nuestra capacidad de imaginar horizontes: pero una esperanza irracional en la consecución de un sueño irrealizable no es, de hecho, esperanza, sino autoengaño estéril. La esperanza que da frutos es la que empieza por reconocer los límites de lo que es permitido esperar a la vez que está convencida de que la realidad siempre ofrece opciones a quien las sabe buscar. Sabe que no todo es posible, pero sabe, también, que raramente estarán todas las puertas cerradas –y que quien mira la realidad con esperanza a menudo descubre cómo lograr aquello que, a otros, les parecía inalcanzable.
Activa
La esperanza fructífera de la que queremos ser portadores no tiene nada que ver con la actitud pasiva de quien, cruzado de brazos, aspira a que sus anhelos más extravagantes se hagan realidad como por arte de magia, sin mediar ningún esfuerzo por su parte. Proponemos una esperanza que sabe de trabajo, de lucha y de perseverancia, porque sólo quien activamente se afana por conseguir algo tiene derecho a esperarlo. Eso parecerá muy obvio, pero más de una vez se ha confundido esperanza con deseo, y en verdad son dos cosas muy distintas: aquella requiere nuestro esfuerzo, mientras que éste vive de ilusiones.
Realista
La esperanza que nos ayudará a crecer no es ingenua. Es decir, que no consiste en descartar la posibilidad del fracaso solo porque éste nos da miedo o disgusta. No se sostiene a base de evitar la consideración de que los peores pronósticos pueden hacerse realidad. La esperanza útil hace exactamente lo contrario: imagina con realismo qué es lo peor que podría suceder en una situación dada, evalúa los peores escenarios… y lo que entonces queda, después de haber considerado las peores posibilidades, es una esperanza sólida que nada ni nadie podrá hacer tambalear. Es pues, además de razonable y activa, realista.

Compartimos una esperanza con fundamento en las personas. Esta esperanza vivida desde la infancia mejorará la vida futura de las comunidades
Su fundamento son las personas
La esperanza que queremos compartir se fundamenta en una certeza básica: que las personas, más allá de nuestros egoísmos y mezquindades, tenemos una innegable capacidad para el bien. No es, la nuestra, una esperanza en las estrellas, el azar, el destino o la suerte. Tenemos esperanza porque hemos experimentado, una y otra vez, la generosidad, la solidaridad y la bondad que laten en el interior de hombres y mujeres de toda clase y condición. ¿Podemos las personas ser despiadadas, crueles e insensibles unas con otras? Sin duda. Y sin embargo, no nos parece que dicha capacidad para hacernos daño constituya la identidad última de la mayoría de seres humanos. La experiencia demuestra más bien lo contrario: que aunque el mal ocupe inevitablemente los titulares de la prensa, en el mundo por cada acto de crueldad hay cien gestos de ternura; por cada insulto cien perdones; por cada individuo sin escrúpulos hay otros cien que se desviven por aquellos a los que aman; por cada cretino, mil personas de fiar. En definitiva, pues, queremos compartir esperanza porque creemos firmemente en lo que ya hace décadas escribió Camus: que a pesar de las miserias del ser humano, en realidad «hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio»[1].
¿Qué esperanza, pues, queremos compartir desde Nuevos Caminos? Una esperanza razonable, activa, realista y fundamentada en la bondad última de las personas: esta es, en resumidas cuentas, la esperanza que nos mueve.
[1] Albert Camus, La Peste (Seix Barral, Barcelona, 1983), p. 234.