Volvemos a poner en marcha un proyecto en Colombia, apostando por la educación en Bogotá.
Bogotá es una metrópoli diversa e imponente de ocho millones de habitantes, una amalgama formidable de barrios (cada uno con su carácter y con su historia), y una de estas ciudades que te hacen pensar que nunca la terminarás de conocer del todo, ni que te pasaras aquí una vida entera. Como tantas capitales, Bogotá acoge a personas venidas de todos los rincones de su país, y por lo tanto es también un crisol multirracial que posee una enorme riqueza cultural a la vez que enfrenta importantes retos: el más obvio para el visitante que llega aquí por primera vez es el tráfico de vehículos, que colapsa a diario las grandes avenidas de la ciudad; por supuesto, otros desafíos más graves son la desigualdad (las diferencias entre el norte, más pudiente, y el sur, masificado y más necesitado, son impactantes), la indigencia y la delincuencia, entre muchos otros; desafíos que las diferentes administraciones de la ciudad van tratando de gestionar con éxito desigual.
En el año 2012 dejamos de trabajar en la zona de La Calera, donde finalizamos un proyecto que pasó a manos locales. Ahora nuestro trabajo se centra en el sur de la ciudad, donde se encuentran los barrios más empobrecidos de la capital colombiana. Nosotros trabajamos en tres barrios (La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre), barrios populares de gente trabajadora, vibrantes y, a la vez, amenazados por infinidad problemas, como la falta de oportunidades para los jóvenes, la mala calidad de muchas viviendas o la alta incidencia de delincuencia en sus calles.
En este contexto, empezamos con clases de refuerzo escolar para niños; luego organizamos una sala de alfabetización y educación básica para adultos mayores; más recientemente, hemos establecido un programa de becas universitarias para jóvenes y en fechas todavía más recientes hemos dado inicio a un taller de capacitación en costura para mujeres. Es decir, que hemos hecho una clara apuesta por la educación, a todos los niveles.
La educación es la mejor inversión de futuro que nosotros, como agentes de desarrollo, y aquellos con quienes trabajamos, podemos llevar a cabo.
No somos, ni mucho menos, los únicos ni los primeros en ver y en decir que solamente la educación podrá, a la larga, ofrecer oportunidades reales de desarrollo a los sectores hoy más marginales o desatendidos de la sociedad (en Colombia y en cualquier otra parte del mundo). Por eso, aunque nuestros proyectos de educación en Bogotá, todavía modestos, han ido surgiendo poco a poco a lo largo de estos últimos dos años a través de diferentes encuentros y múltiples reuniones con las comunidades locales, todos responden de un modo u otro a la visión de que la educación, desde la más básica hasta la profesional, es la mejor inversión de futuro que nosotros, como agentes de desarrollo, y aquellos con quienes trabajamos, podemos llevar a cabo.
Nos agrada pensar que a pesar de su evidente sencillez nuestros proyectos aquí en Colombia abarcan todas las edades y ofrecen salidas para distintos tipo de personas: empezando por los niños que participan en las clases de refuerzo escolar por las tardes, y que aparte de recibir un apoyo académico dejan de pasar unas horas vitales del día en la calle, donde podrían caer en las redes de consumo de drogas y delincuencia; siguiendo con los jóvenes a quienes ayudamos a ir a la universidad, preparándose profesionalmente; continuando con las mujeres, madres de familia en su gran mayoría, que participan con entusiasmo en las clases de corte y confección, adquiriendo una habilidad que muy pronto les permitirá producir prendas y ayudar a sostener sus hogares; y terminando con los abuelos y abuelas que en su día no recibieron apenas escolarización y que ahora, cada sábado, se sientan en sus pupitres para aprender matemáticas, geografía, historia, ciencias y a escribir correctamente.
A veces se ha llamado a Bogotá «la Atenas de Suramérica», por el dinamismo cultural que se vive en la capital colombiana: son importantes, en efecto, sus universidades, museos, teatros, bibliotecas y librerías. Nuestro humilde empeño es que algunos de los barrios más desfavorecidos de la ciudad puedan participar también de esta efervescencia cultural… y que realmente se note, en la práctica, que son barrios de Atenas: ni que sea desde la periferia.
Recuperamos este artículo firmado por Martí Colom, desde Bogotá, y que publicamos en el número 37 de nuestra revista anual.